“Estás infectada”; el médico del dispensario, muy alarmado, dio aviso. A Marina, la más alegre, la confinaron en una pocilga. “Le pasará pronto”, adujo el doctor.
-¡Es la epidemia. Llévenla al hospital! -defendían las reclusas.
No es necesario -juzgó el Director. Al tercer día, falleció. Años que no recibía visitas. Nadie reclamó el cuerpo. Les dije que no era necesario -volvió a la carga el Director-, el asunto era acabar con el punto de infección, nada más.
-José Alfredo Torres-