No aceptar la normatividad del bien ni la del mal como pretensión absoluta. Rebasar los límites, bordear las experiencias convirtiéndolas en aventura, generar episodios inéditos, todo se vale. Requiere, empero, de una sensibilidad estética que sea capaz de dar a la vida moral una dimensión artística que aleje tanto la repetición anodina de la cotidianidad como del placer enajenante, propios del hastío contemporáneo.
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